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“Quítale el lápiz, y dejará de pensar”

Dom, 01/05/2005 - 00:00
Descendimiento. Fragmento.

No fui yo (aunque yo también lo constato) quien observó que, pinte a quien pinte, a un artista siempre le sale un autorretrato. Borís Lugovskoi se parece a sus personajes: cabeza grande, ojos redondos. Una cara siberiana así que casi de antemano adivinas: ha nacido en una aldea en Tomsk, una región de la Siberia profunda.

La verdad es que hace varios años ya me presentaron a Borís Lugovskoi y a su mujer Rosa Canales en ARCO (entonces estábamos allí simplemente como espectadores curiosos). Pero luego olvidamos la presentación y ahora nos hemos vuelto a encontrar, en el VI Salón Europeo de Patrimonio Religioso y Cultural, también en Madrid.

Aquí Borís expone sus cuadros-iconos y Rosa hace el papel de “responsable de relaciones públicas”. Las actividades de Rosa en Toledo, donde ahora viven, es digna de una conversación aparte, así que decidimos hablar de su escuela de arte para niños en alguna otra ocasión.

Reconozco que cuando Rosa me dijo por teléfono que Borís iba a exponer su “arte religioso”, me entró algo de decepción: he tenido la experiencia de tratar con pintores en Rusia que en un momento dado de manera repentina cambiaron su trayectoria y empezaron a pintar iconos y a decorar iglesias. Nunca hablaban en nombre propio, sino en el de la gran tradición, con una postura tímida y arrogante de alumnos avanzados a la vez, estaban muy interesados por los cánones y se mostraban exageradamente religiosos.

Pero a Borís todavía no le había dado tiempo ni a abrir la boca, cuando se me aclaró que ese no era caso. Sus cuadros me desarmaron.

No en vano dice que su objetivo es “clavar un clavo al espectador”. Y en efecto, lo clavó.

Mientras yo buscaba palabras para expresar el sabor extraño de sus cuadros, él acudió en mi ayuda: sacó un álbum dedicado al más antiguo templo de los coptos en El Cairo, y me mostró los iconos. Fueron pintados cuando Rusia no había aún adoptado el cristianismo. Aquellos iconos representaban a los personajes bíblicos con grandes cabezas redondas, con caras expresivas; parecían marionetas en el teatro de Dios. Y es verdad, tenían cierta semejanza con los cuadros de Borís. Los coptos son egipcios cristianos, su confesión tiene muchos rasgos en común con la ortodoxia rusa. Desde 1997, Borís, con un gran grupo de otros especialistas, participó en la restauración del templo

Borís Lugovskoy
Con un cuadro suyo

Boris es un profesional de nivel. Estudió “en todos los sitios donde pudo”, según Rosa.
Durante toda su vida no ha hecho otra cosa que dibujar y pintar. Cuando era pequeño, una maestra le dijo que pintaba bien, y la creyó. Dibuja en cualquier momento, siempre con bocetos. Borís piensa con el lápiz. Da la impresión de que si le quitaran el lápiz dejaría de pensar, dice Rosa.

En la aldea de Tomsk no había papel. Borís cubría los periódicos con tinta blanca y dibujaba por encima. Desde Siberia su familia, su madre de cinco hijos, se trasladó a Crimea. Con 10 años de edad él mismo escribió una carta a Kiev, a la Escuela infantil de Arte y entró a esta institución. Luego siguió sus estudios en el Colegio de Pintores de Crimea, donde por cierto conoció a Rosa, luego en la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo, la escuela superior de Pintura más prestigiosa de la URSS. Cada año la Academia entre centenares de aspirantes elegía sólo cinco personas para estudiar en su departamento de Restauración, Borís consiguió pasar (Rosa desgraciadamente fue la sexta y sólo pudo acudir a clases por libre).

Allí conoció las tripas del arte. ¡No todos los pintores han estudiado en su carrera la asignatura de “Falsificación”! Borís, sí. Les ponían, por ejemplo, una naturaleza muerta “holandesa”, y tenían que pintarla con la técnica holandesa, incluso con materiales holandeses. O pintar un cuadro a la manera de Tiziano. Física, química, historia, todo había que saber para la profesión de restaurador. En aquellos tiempos se discutía si un restaurador tenía que ser también buen pintor. Por un lado, sí. Por otro, no: ¿y si sobrepasa su oficio y en vez de restaurar se deja arrastrar por su “inspiración”?

La Inmaculada

Borís “se pasa” en sus cuadros.

- ¿Dónde termina un icono y empieza un cuadro? – pregunto.

Su respuesta es muy fácil:

- En un cuadro no hay parte escrita y en el icono sí.

Sigo investigando: ¿pinta Borís con sentimiento religioso?

La respuesta es indirecta. Saca una foto: un enorme retablo en una iglesia española. En los andamios se puede ver una pequeña figura: es Borís trabajando. “Paso, puede ser, unas mil horas en una iglesia cuando hago un retablo. A solas con mi trabajo. No permito que entre nadie, ni siquiera el sacerdote. Necesito crear una imagen en la que crean todos: los feligreses, el sacerdote, el historiador. Tal vez, puedo decir que tengo un sentimiento religioso. Pero a misas nunca asisto, no soy practicante”.

No le preocupa la diferencia entre los cánones católico y ortodoxo. Dice que la bifurcación empezó sólo desde Renacimiento, cuando la pintura religiosa occidental comenzó el camino laico. Pintó una iglesia en Ucrania. Pintó el retablo en la iglesia de San Martín de Montalbán, una aldea de dónde procedía el padre de Rosa (él nunca volvió a España desde Rusia, pero Borís y Rosa vivieron en esa aldea en sus primeros años en España).

Borís era miembro de la Unión de Pintores lo que automáticamente le garantizaba a un pintor en la URSS encargos y, como consecuencia de ello, una estabilidad material. Hizo los grandes dioramas en el puerto de Odessa, pinturas murales, etc. La madre de Rosa, una vinicultora de Crimea, también les echó una mano y les consiguió un encargo de decorar una sala de degustaciones de vino.

- ¿También tuviste que dibujar retratos de Lenin?

- Una vez y con grandes problemas. Surgió un malentendido por una oreja, parece que no estaba en el sitio debido.

- Pero en serio: ¿sentiste presión ideológica?

- No. Era allí totalmente libre. Aquí también. En plan profesional no ha cambiado nada.

Rosa hace un inciso:

- Porque a él todo le da igual. Yo, en la medida de mis posibilidades, procuro afrontar las responsabilidades. Él ni siquiera abre las cartas del banco, en seguida me las da a mí. En Rusia no teníamos problemas con el dinero. Tenía razón nuestro profesor de filosofía: todos los problemas proceden de tus pretensiones. Hemos comprado una casa, o más bien un palacio, en Toledo. Tiene mil años. Ahora está restaurándose. Y ahora para siempre dependemos del banco.

- ¿Y para qué queréis una casa tan grande?

- Mira, vinimos en 1991 de Rusia con dos maletas. Ahora tenemos dos casas repletas de obras. Queremos hacer una especie de sala de exposiciones, un sitio digno para guardar cuadros. Y a la vez allí puede funcionar mi escuela. Probablemente, podremos invitar a pintores de Rusia. No tenemos herederos y quisiéramos dejar luego esta casa a la ciudad.

Galina Lukiánina

Libros de ocasión y nuevos, con una sección de libros relacionados con Rusia y otra con libros en ruso y bilingües.
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