Naturalmente también aparecían en el humor símbolos “ajenos”, como la estatua de la libertad o el dólar.
Así pues, la mayoría de los artistas gráficos siguen la antigua tradición soviética de dibujar nada más que defectos de la vida cotidiana (ahora con muchas más fuentes de inspiración) o hacen parodias sobre los símbolos ideológicos sin profundizar demasiado en la propia ideología. El dibujo humorístico de finales de los 80 a principios de los 90 era a menudo divertido y gracioso, pero en mi opinión todavía muy superficial, sin haber captado lo nuevo que iba surgiendo en la sociedad y tan solo riéndose sobre el pasado ya vencido. Le faltaban ojos y, especialmente, dientes (lo digo, claro está, desde el punto de vista actual).
Para confirmarlo es suficiente mirar dónde ve el dibujo humorístico a sus enemigos. Y resulta que, además del destino fatal y la historia llena de errores (cosas abstractas y fatalistas), los enemigos principales son burócratas comunistas. La caricatura lucha contra las sombras del pasado sin darse cuenta de que ya no son nada más que sombras agonizantes.
Y entre los personajes actuales ¿hay alguien quien despierte el odio o por lo menos el desprecio fuerte de parte de los dibujantes? Pocos son los dibujos así... En uno de ellos está recogida una galería de personajes repugnantes. Un tiovivo de mamarrachos, estafadores políticos, ladrones, fanáticos y otros “héroes de la época” está contemplado por un tipo lúgubre con el gorro ruso y botas que puede perder la paciencia en cualquier momento y parar el giro absurdo. El tipo es una representación del pueblo ruso: