17 diciembre de 2007
Hoy ha venido Valera, tras una noche “cruel” esperando su llegada, y sanando mi estómago y entrañas del día anterior, no he pegado ojo. Valera es mi cuñado que viene de Bielorrusia con un montón de regalos, y en lugar de hacer la excursión en metro con el grupo la he hecho con él. Su sola presencia hace un poco más grande esta privilegiada experiencia. Se ha hecho cientos de kilómetros para venir a verme. Todo él es imponente, Eslavo, maestro de la tranquilidad y de la sabiduría de la vida rusa, y, en definitiva, una persona con la que puedo sentirme seguro en Moscú, vaya a donde vaya.
Aunque he de reconocer que la excursión con él no ha sido tan completa como la del grupo, en lo que se refiere a curiosidades arquitectónicas, admito que he podido ver otras cosas de Moscú que no hubiera visto de otro modo.
En el VDNJa que le llaman en ruso por las siglas, solía ser como una exhibición de curiosidades del mundo agrícola, y ahora está ocupado por tiendas de pequeños comerciantes. Es un mercado donde se puede encontrar todo lo que a uno le pueda interesar. Allí se vende casi todo (y digo casi todo porque los comerciantes, muchos de ellos inmigrantes de países surorientales, hacen virguerías para sacar beneficios). Curiosamente mi cuñado se fijó un par de veces en el ruso que dominaban aquellos vendedores de origen bengalí, y con cierta sorna aludía preguntándome:”Caray, Cristian, cómo hablan estos el ruso, ¿crees que se podrían llevar un premio como el tuyo?”
Se me ha hecho placentero poder ir como cualquier moscovita en el metropolitano, pagando mi propio billete y corriendo escaleras abajo como si tal cosa, entrando en el tren y esperando la próxima estación, e imaginaba que eso es lo que haría si viviera en Moscú y tuviera que trasladarme a casa o al trabajo. Un poco profundo para mi tensión, diría yo, y algo peligroso si alguien cayera desde arriba produciendo un efecto dominó.
Pero uno acaba haciéndose a todo. Me hago constantemente esta pregunta: ¿sabría moverme en metro por Moscú, o me perdería entre tantos nombres de estaciones?
Si fuera preciso encontraría la manera de llegar a mi destino. Se supone que para algo he estudiado ruso, a parte de saber declinar genitivos e instrumentales. Aunque aquí lo que me haría falta es un buen control del locativo. Las largas y profundas escaleras de al menos cinco minutos de bajada, con cartelitos enmarcados a ambos lados de las escaleras me recuerdan un tanto al estilo londinense. Al salir de la estación de Mayakovski he echado de menos los tornos de salida, o puertas, o siquiera el uso del billete que en Madrid, y más aún en las nuevas zonas sur y norte de nuestro metro, hay que usar como único medio de salida. Veo que nos tienen más controlados.
La sesión de la tarde ha sido muy especial. En el edificio del Centro Ruso de Ciencias y Cultura Internacional, que organiza el concurso de ensayo y composición por el que nos hemos reunido todos los ganadores de los distintos países, nos han recibido de una forma muy honorable. Con una recepción muy detallista: al entrar hemos visto que habían puesto en un tablón los extractos que les había parecido más significativos de nuestras composiciones. Cada uno mirábamos las nuestras, las releíamos con una atención especial. Como si estuviéramos en la sala de neonatos de un hospital, y observáramos como padres a nuestros bebés recién nacidos y a los de los demás: “el tuyo ha salido con una estructura interesante… y el tuyo tiene un tono muy convincente, se ve que ha salido a ti..." Con tales caras de orgullo de padres primerizos con la baba cayendo, que más de uno hubiera sentido cierto embarazo al sacarnos de nuestro embeleso. Las banderitas que descansaban sobre la mesa situada bajo dichas composiciones lucían los colores de los distintos países allí reunidos y cada uno intentaba averiguar de cuál país era cuál. A la mayoría se le ve un poco pez en cuestión de colores de banderas asiáticas.