Las dos almas de Ucrania, la europea en la zona occidental y la rusa en la zona oriental tienen como frontera el río Dnieper. Y Kiev, situada a las orillas de este río, se puede considerar el crisol de estas dos almas. Se habla casi al 50% los dos idiomas, el ucraniano y el ruso y también hay prensa y televisión en las dos lenguas. Para entendernos, el ucraniano es al ruso como el catalán es al castellano, son dos idiomas de origen eslavo emparentados y con muchos términos y estructuras comunes. Como ocurre en Cataluña conviven los dos idiomas sin muchos problemas aunque tanto en la enseñanza como en la administración el ucraniano, el idioma del nuevo país independiente, es el que tiene prioridad. Estando en Kiev cuando se desató la guerra este verano entre Georgia y Rusia se apreciaban dos visiones diferentes del conflicto entre la población, la nacionalista alineada desde el principio con Georgia y la que podríamos llamar paneslavista apoyando la postura rusa. Esto se reflejaba sobre todo en los medios de comunicación ya que no se notaba en las calles ningún tipo de tensión política y la gran mayoría optaba simplemente por buscar los medios de escapar a la ola de calor.
La moneda del país es la grivna, al principio del viaje daban 7,80 grivnas por un euro mientras que al final nuestra presuntamente fuerte divisa fue depreciándose hasta las 6,50 grivnas.
Kiev como capital de Ucrania, del mismo modo que Moscú para Rusia, es el escaparate del país y es donde se acumula gran parte del dinero. En las grandes avenidas están presentes, como en cualquier capital europea, las grandes firmas comerciales de carácter internacional. Una cosa que llama la atención es la presencia de un gran número de vehículos todo terreno 4x4, la mayoría de color negro, que se hacen notar de forma ostentosa ocupando las aceras. Da la impresión que una parte de la población ha hecho rápidamente la transición del socialismo al consumismo y asume sin complejos el reto no tanto de ser ricos, como de mostrar su riqueza a los demás. A pesar de esta invasión consumista que se aprecia también, como en otras ciudades del antiguo bloque del Este, en la toma de los espacios públicos por la publicidad, Kiev es una ciudad labrada por siglos de historia. Como ciudad antigua conserva un fuerte carácter propio que se puede apreciar en sus plazas y en sus parques llenos de estatuas conmemorativas. Visita obligada para cualquier viajero es el complejo eclesiástico de Sofia, situado en el primitivo núcleo de la ciudad, con sus antiguas iglesias ortodoxas en las que se puede contemplar iconos del siglo XI.
“Padol” (falda de montaña en ruso) donde viví durante una semana con una familia, es un barrio tranquilo de edificios antiguos donde el silencio sólo se rompe por el estruendo que produce el paso de ruidosos tranvías por sus calles. Fue en tiempos un barrio judío y posteriormente se convirtió en un barrio de artesanos, ahora en proceso de remodelación se está convirtiendo en el barrio de moda. Para llegar al centro desde este barrio hay que atravesar la llamada Cuesta de San Andrés, una calle peatonal adoquinada digna de ser recorrida donde se aloja una especie de rastro permanente con numerosos puestos de ropa, recuerdos y pinturas.
La excelente cerveza del país y el kvas: una bebida muy refrescante parecida al agua de cebada considerada como la bebida nacional, resultaron vitales para combatir el calor en las caminatas por las numerosas plazas y parques de la ciudad. Hasta caí en la tentación, como muchos habitantes de Kiev, de bañarme en las aguas no demasiado cristalinas del Dniéper, un río que deja a nuestro río más caudaloso, el Ebro, relegado a la categoría de pequeño afluente.