Natalia Vánjanen es poetisa y una de las mejores traductoras de la poesía española a la lengua rusa. A pesar de que muchos rusos han fijado en los últimos tiempos su residencia en España, curiosamente, los mejores conocedores rusos de la cultura española siguen viviendo en Rusia. Natalia Vánjanen está en Madrid en calidad de viajera, aunque conoce bien esta ciudad. Es la primera vez que trae a España a su madre para mostrarle a qué se ha dedicado en la vida. Las primeras impresiones de su madre son muy buenas y lo que más le ha llamado la atención, en el buen sentido, es la amabilidad de los españoles comparados con los rusos. Al principio de mi conversación con Natalia quise aclarar un antiguo asunto:
- Hace años leí en la revista “Ural” que se edita en Ekaterinburg, la primera parte de “Rostros ocultos” de Salvador Dalí traducida al ruso por usted. Me pareció un libro muy curioso, incluso desde aquel entonces casi aprecio más al Dalí escritor que al Dalí pintor. Pero no pude ver la publicación terminada ¿o es que no llegó a mis manos?..
- Vaya… Empieza a hablar y en seguida da con mi punto débil. Es una mancha en mi conciencia: no acabé esa la traducción, otros trabajos se interpusieron. Soy traductora de poesía y me resulta complicado traducir la prosa. Son dos cosas muy diferentes.
- ¿En qué consiste la principal diferencia?
- Los traductores de poetas son siempre también poetas. Si alguno dice que nunca ha escrito versos propios, no le creo. Seguro que ha escrito aunque fuera en infancia. Cuando traduces un poema, tienes que re-escribirlo. Desde luego, la prosa tampoco cabe en los pantalones estrechos de otra lengua, pero con la poesía eso se nota más todavía. La traducción de prosa exige perseverancia, en cambio, la de poesía, te metes un soneto en la cabeza y te puedes ir a vagabundear al jardín botánico. Me asustan los volúmenes grandes, tal vez mi actitud hacia la traducción de prosa es incorrecta: estoy pendiente de cada frase, de si suena o no suena.
- ¿Son como las carreras de larga y corta distancia?
- Exacto. Y la “distancia” más larga para mi fue la traducción de una obra de teatro de Calderón, titulada “No hay cosa como callar”. Ahora la han montado en un teatro de Moscú. En este caso la traducción fue subvencionada por la parte española. Eso también es un problema, ya que una traducción de gran volumen exige un gran trabajo.
- Si unimos todas sus traducciones de autores latinoamericanos y españoles, sale una obra más voluminosa que alguna novela. Pero, desde su punto de vista, ¿qué es lo que no ha llegado al lector ruso como debería?
- A mí me gustaría traducir algo más de Calderón. No está bien representado Antonio Machado, su último libro en ruso salió en 1975. Pero si preguntas a los españoles: ¿quién es tu poeta favorito? Sin duda entre los tres primeros nombrarán a Antonio Machado. ¿Conoce su casa-museo en Segovia? He estado allí muchas veces, y en este viaje tampoco pude contenerme, lo he vuelto a visitar. ¡Es un museo impresionante!
- ¿Por qué?
- Tiene un aspecto muy natural. Es una pensión barata que todavía funcionaba en los años 70. Por lo visto, la dueña simplemente no tenía dinero y por eso no cambió nada de su aspecto, así que todo ha quedado tal y como era cuando allí vivía Machado. La pobreza, el ascetismo… Piensas: al fin y al cabo era profesor, hubiera podido vivir algo mejor… ¡Pero es que no necesitaba nada! Un poeta lo único que necesita es que no le abandone aquel estado de ánimo con el que se escriben los versos. En aquel lugar se encuentra aquel libro de 1975 con mi traducción…
- ¿Quién más falta en Rusia de poesía española?
- En Rusia no existe ningún libro de Luis Cernuda ni de Jorge Guillén ni de otros poetas de la generación de 27, se han traducido sólo sus poemas sueltos, pero ¡fue el Siglo de Plata de la poesía española! Yo traduje a Jorge Guillén con una sensación de que no era lo “mío”. Pero parece que no ha salido mal… Por cierto, Lorca sentía que eran opuestos uno al otro: Lorca era trágico, Guillén, entusiasta. Pero en Rusia ¿dónde encuentras entusiasmo? Él tiene tanta alegría que es imposible expresarla… En fin, en la literatura española existe un gran campo para los traductores rusos.
- Natalia, aparte de ser traductora, usted escribe sus propios versos. He leído su libro de poesía “El invierno del imperio” editado en 1989 en ruso aquí, en Madrid (¡qué cosa más rara!). Si no hubiera sabido quién es usted nunca habría sospechado que el autor de este libro fuera traductor de la poesía española. ¿No se refleja España en sus poemas?
- En primer lugar, editar aquel libro en Madrid tampoco resulta tan raro. Recuerde que el año 98, hubo una gran crisis económica en Rusia. Editar algo allí era imposible, mis amigos de aquí y yo pensamos que podíamos editarlo aquí y luego llevar la tirada a Rusia… España apareció en mis poemas después de que empezara a venir por aquí. Tengo un libro poético sobre España “Golondrinas lejanas” publicado en 1995. Tengo además muchos poemas sobre España, algunos se han quedado fuera de los libros.
- ¿Cuándo vino aquí por primera vez?
- Fue en 1989, vine a un congreso sobre Galdós, aunque yo misma nunca he traducido a este escritor. Luego he venido muchas veces más y para largos periodos. He viajado por muchos lugares.
- ¿Y qué le gusta más?
- Tal vez, siempre te gusta más lo que mejor conoces. A mí me gusta mucho Aragón. Allí, en Tarazona, en la Casa de Traductor viví un año divino. Se suponía que tenía que traducir, pero precisamete allí escribí los libros de poesía “Golondrinas lejanas” y “El inviero del imperio”. Tengo mucho cariño a todo lo que está relacionado con Aragón: su antigüedad, pobreza, escasez,.. el olor a leña… A mí me gusta también Santiago de Compostela. ¡Conseguí subir al tejado de su catedral! Estaba en obras, y el arquitecto era un conocido de unos conocidos… También me impresionó mucho Córdoba. Recuerdo que por alguna razón me atasqué allí, creo que me quedé sin dinero… ¿Y sabe quienes al final me sacaron del apuro? La hija y la nieta de José Díaz, que viven en Sevilla. ¿Recuerda la existencia de ese líder histórico del PCE?
- Sí… Y cuando usted empezó a viajar a España, ¿no sintió una contradicción entre la España de la cultura, la “imaginada”, y la España real?
- Yo, no. Percibo todo al tiempo: la gente, iglesias, paisajes, olores. Me doy cuenta que esta no es la España de la época de los descubrimientos geográficos, la del Siglo de Oro de la cultura. No estamos en el Siglo de Oro. Las personas son diferentes. Pero siguen siendo españoles. Imagínese que un español vaya a Rusia y espere ver en las calles a personajes de Tolstoy y Dostoyevski. ¡Va a sentirse decepcionado! Pero no vale la pena decepcionarse: hay que profundizarse, sin prisa, sin postura negativa.
G.L.