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"El camino más corto pasaba por el Palacio de Invierno"

Vie, 01/02/2002 - 00:00
Mijaíl Máslenikov

El manuscrito de Mijaíl Máslenikov - varias hojas mecanográficas escritas en inglés - lo guarda su hija Tatiana, la fundadora del más antiguo restaurante ruso en Madrid, "El cosaco".

Mijaíl Aleksándrovich Máslennikov (1893, Saratov - 1991, Madrid) estudió Derecho en la Universidad de San Petersburgo y en la Escuela Ecuestre Nikoláevskaya. En la Iª Guerra Mundial estuvo en el cuerpo de caballería. En la guerra civil estuvo trabajando en la Delegación Británica. Abandonó Rusia en 1919.

Al principio del manuscrito se dice de que en otoño de 1917 el oficial del ejército Mijaíl Maslennikov tuvo que ir a Vladikavkaz, donde su jefe, el general Pólovtsev, había sido destinado al puesto de comandante de las tropas del Norte Caucasiano. A la vuelta de vacaciones Mijaíl Máslennikov estuvo en Petrograd, preparándose para viajar al Cáucaso. La vida de la capital le pareció muy normal, la de siempre. El 6 de noviembre volvía de casa de Alexandr Pólovtsev, que había sido nombrado recientemente embajador en Madrid y que le entregó una carta para su hermano, general Pólovtsev.

...El camino más corto pasaba por la plaza situada frente del Palacio de Invierno, donde tenía que ir de todas maneras a recoger mis billetes de tren del Cuartel general, allí situado.

El lugar, para la hora que era, estaba inusitadamente lleno de soldados moviéndose sin que se pudiera observar formación alguna. Sin embargo, tuve la impresión de que algo anormal ocurría y que la presencia de tantos soldados armados era algo extraño.

El palacio estaba rodeado por una especie de muralla construida con sacos de arena de una altura de unos cinco pies (dos metros). Pero no rodeaba todo el edificio. Los guardias habituales, esta vez cadetes de una escuela militar, estaban en sus puestos. Fui a mi antiguo despacho, en el Cuartel general y cogí mis documentos sin notar ningún cambio en el Cuartel. Todos los oficiales eran nuevos, desconocidos para mí, y creí sensato evitar hacer cualquier pregunta o intentar obtener información. En mis pensamientos ya estaba viajando en el tren caucasiano. Pensaba que ésta era mi última noche en Petrograd, así que fui a por la carta y a las seis y media ya estaba de regreso. Llegando al palacio vi bastantes furgonetas y como cuatro o cinco compañías o mejor dicho, el equivalente de tal fuerza armada en formación precaria, obviamente esperando órdenes. La cosa parecía, más bien, una desordenada masa de soldados de permiso. Todos gritaban: “¡Abajo el gobierno!, ¡Todo poder a los soviets!” Poco a poco se iban aproximando a la muralla de sacos que no estaba defendida por nadie. Los guardias ni se movieron.

Instigado por la curiosidad, llegué fácilmente a una de las entradas del palacio y, saludado por el cadete de guardia, entré en una de las salas, subí al primer piso y llegué a la galería principal que es muy larga y ancha. Sus paredes estaban cubiertas por pinturas, retratos imperiales y batallas. Había candelabros gigantes pero se encontraban apagados. Una luz tenue procedía de las lámparas situadas a los lados, en la pared. El aspecto general, a pesar del lujo, era de una fortaleza asediada.

Cerca de cien personas, mitad militares, mitad civiles, se movían de un sitio a otro. Poco a poco empecé a darme cuenta de lo que en realidad sucedía. Aquellos ciudadanos debían ser miembros del Partido Bolchevique, traídos aquí a propósito.Verdaderamente, el espíritu de lucha era palpable por su conducta, mientras que los soldados, después de llevar seis meses en acción en Petrograd, estaban indisciplinados, desaliñados y sin afeitar. El único guardia, un cadete apuesto, estaba ante la puerta del cuarto donde el gobierno de Kerensky estaba reunido; iba a ser la última sesión del gabinete.

De repente un grupo de unos treinta soldados, bajo el mando de un teniente, entró en la galería abriéndose paso entre la multitud hasta la puerta, que se cerró tras ellos. Unos minutos después la puerta se abrió de nuevo, y los ministros del Gobierno aparecieron en el umbral, poniéndose los abrigos apresuradamente. Rodeados por soldados, fueron empujados a la galería, la atravesaron, y fueron guiados abajo por las escaleras.
Al día siguiente me enteré de que habían sido arrestados y llevados a la fortaleza de San Pedro y San Pablo.

Mientras tanto un número cada vez mayor de soldados empezó a invadir el palacio y decidí que era hora de marcharme. Pasando inadvertido (llevaba una gabardina sin insignia de rango), salí afuera e intenté cruzar la plaza que se encontraba ante el palacio. Pero antes de llegar a la mitad, fui apresado por dos soldados. Los dos estaban borrachos: por supuesto, los sótanos del palacio ya habían sido descubiertos y los victoriosos estaban disfrutando su primer botín.

En este momento sonaron en el aire dos disparos. Fueron disparados desde el crucero “Aurora”, que entre tanto, había navegado río arriba y había anclado cerca del palacio. Se oían desde arriba, desde el balcón de la primera planta del palacio gritos histéricos: “¡Pararles, nos matarán! ¡Decidles que el palacio está en nuestras manos!” Hoy día el crucero “Aurora” se mantiene a flote en el Río Neva, cerca del Palacio, oficialmente catalogado como el barco que había tomado parte en la “gloriosa lucha” por el Palacio de Invierno.

…Eran las tres de la madrugada. En la nublada noche de noviembre se oían por toda la plaza gritos y disparos. Corrió la noticia de que el batallón femenino había intentado contraatacar y que todas las mujeres habían perecido en la lucha. Luego oí que cerca de cincuenta escaparon por el Museo Ermitage, contiguo al Palacio, guiadas por viejos sirvientes que les proporcionaron vestidos de mujer.

Los dos soldados que me tenían apresado discutían si matarme allí mismo. Uno de ellos era un típico campesino ruso. Vestía un abrigo de soldado de guardia, muy deshecho y con botones imperiales colgando al final de los hilos. Llevaba una cinta de metralleta llena de balas. Su expresión, bajo los diferentes grados de borrachera, cambiaba constantemente. Me hizo pensar en Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. De repente me clavó la mirada diciendo: –Voy a atravesarte con mi bayoneta para ver tu sangre, porque eres un propietario y has bebido la sangre de nosotros, los campesinos.– Y mientras decía esto parecía de verdad un animal. Dándome cuenta de que estaba perdido le enseñé mi herida de guerra en la mano y dije: – Te equivocas, nuestra sangre ha corrido junta sobre los campos de batalla. Y en lo que respecta a tu sangre, nunca soñé con beber algo tan asqueroso.– De inmediato cambió su expresión y empezó a reírse a carcajadas.

Entre tanto, oficiales y cadetes que habían sido arrestados, eran atados con cable de teléfono y empujados bajo vagonetas para ser aplastados, de seis en seis.

Sin decir una palabra, mientras su camarada reía, el soldado que me tenía sujeto, cogió mi muñeca y la ató junto a la de un joven cadete, de unos 18 años. Tenía cara de niño y estaba muerto de miedo. Viendo que el fin estaba cerca le dije: – Intentemos morir como soldados y caballeros. Tarde o temprano te hubiesen matado en el frente.–
Repentinamente, apareció un marinero de la oscuridad corriendo hacia nosotros. Me gritó: –¡Teniente, que demonios hace aquí!– era mi soldado ametrallador del Regimiento Tcherkess. Qué poder le habían dado esta noche no lo sé, pero sacó un documento, lo enseñó a mi captor y le ordenó que me soltase. Le dije la verdad, en concreto que había sido un espectador en todo el asunto y no un defensor del Gobierno Kerensky; como prueba de ello le enseñé mi billete de tren para el Cáucaso.

Los dos soldados parecían insatisfechos, el campesino insistió en acompañarnos para comprobar adonde iba. Los tres llegamos al hotel Astoria, donde tenía mi habitación y el soldado insistió en quedarse en el pasillo para vigilarme. Se durmió y no le volví a ver.

A la mañana siguiente Pravda fue el único periódico publicado en Petrograd. Los titulares anunciaban el establecimiento del nuevo gobierno en Rusia: el Consejo de los comisarios del pueblo. Los ministros tomaron el nombre de comisarios. Una lista de nombres seguía; todos bien conocidos por la población.

Presidente: Lenin.

Comisarios: Trotsky, Zinoviev, Kámenev, etc.

Más tarde se creó otra comisaría, la comisaría de Nacionalidades. El comisario era desconocido, no sólo para el pueblo, sino también para nosotros, oficiales del Cuartel de Petrograd: era Stalin.

Batallón de mujeres. Madame Bochkariova entre el general Pólovtsev y Mijaíl Máslennikov

El general Pólovtsev participó en la formación del Batallón de mujeres. Así lo describe Mijaíl Máslennikov:

"Este era una unidad de combate formada por chicas voluntarias que combatían en el frente bajo el mando de madame Bochkariova. Disfrazada de hombre luchó en un regimiento de infantería, ganó todas las medallas al valor posibles, y en dos años ascendió de soldado raso a sargento mayor. Sin duda, nadie podría pensar que era una mujer. Era de verdad más típico sargento “ladrador”. En el día “glorioso” de la caída del Palacio de Invierno, aproximadamente ciento cincuenta de estas chicas fueron, desafortunadamente, la única defensa activa del gobierno Kerensky; allí encontraron una muerte atroz, violadas y matadas a sangre fría por los victoriosos proletariados. Como ayudante de cámara tuve que controlar el entrenamiento, que estaba bajo instructores masculinos".

No todo en este testimonio coincide con datos históricos de otras fuentes. Por ejemplo, Vladimir Antonov-Ovseenko, el que dirigió la toma del Palacio de Invierno (represaliado en 1939 por Stalin) escribe, que el batallón fue organizado en verano de 1917 “para defensa de la revolución” (se trata de la revolución democrática del febrero de 1917). Las mujeres fueron reclutadas entre las estudiantes que asistían a los cursos de formación para mujeres. Defendiendo el Palacio el batallón no mostró mucha resistencia y tampoco padeció mucho. Las mujeres fueron desarmadas y las dejaron en libertad.

Publicado en "Estación Mir", febrero 2002

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