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El lenguaje de la crisis en España

Sáb, 28/04/2012 - 17:35
La economía del ladrillo

Sadanak

El lenguaje del periodo de la burbuja inmobiliaria española (2002-2007), en su intento de disfrazar la realidad, resultaba bastante simple. Se trataba siempre de “apostar por el progreso”, no había que poner trabas al “crecimiento” aunque este siempre debía ser “sostenible”. El objetivo era “poner en valor” el suelo rústico por lo que había que “recalificarlo” para se convirtiera por arte de magia en algo valioso y generara “plusvalías”. El terreno urbanizado, las llamadas “segundas residencias”, en la mayoría de los casos, no se destinaban a ser ocupadas, su función principal era la de “revalorizarse”, es decir, ser vendidas a mucho mayor precio que al que habían sido adquiridas. El que actuaba de esta manera, aquel que especulaba con el suelo y con la vivienda, era un honorable “promotor” que invertía en “desarrollo” y “creaba riqueza”. El “progreso” también pasaba por el “desarrollo de las infraestructuras” se trataba de “vertebrar” el territorio (aunque en realidad lo que hacían era trocearlo y dividirlo). Cualquier población debía tener su autovía, su tren de alta de velocidad o incluso su aeropuerto a la vuelta de la esquina. La mayoría de las autovías creadas permanecen vacías la mayor parte del año, los trenes de alta velocidad (AVE) son todos deficitarios y aunque el billete está subvencionado los utiliza una minoría y por último existen en España 47 aeropuertos de los que solo 8 se pueden considerar rentables. (Varios de ellos construidos recientemente incluso han tenido que cerrar por falta de viajeros). España se ha convertido en el país de Europa con más kilómetros de autovías y de trenes de alta velocidad. Esas infraestructuras, es decir lo que llaman el “progreso” y el "desarrollo" están resultado ruinosas para el país pero han representado un suculento negocio para las empresas a las que se adjudicó su construcción.

Lo mismo ha pasado con los famosos “parques temáticos” que florecieron por doquier en forma de ciudades de la imagen, tierras míticas, islas mágicas o similares. Las cajas de ahorros y los bancos compitieron para financiar estos proyectos faraónicos que luego utilizaban los políticos de turno para ganar elecciones. Los medios de comunicación, en manos públicas o de los promotores privados, mediante sus plumas a sueldo, se encargaban de vender entre la población la buena nueva del “desarrollo”. Este discurso llegó a calar tanto que había gente se lanzaba a la calle para exigir que estas “infraestructuras” llegaran a sus poblaciones y tratar que no pasaran de largo esos “trenes del progreso”. Un futuro de parques temáticos y urbanizaciones de lujo con campos de golf adosados estaba a la vuelta de la esquina y las autoridades municipales siempre se mostraban dispuestas a “recalificar terrenos” para permitir cualquier aberración urbanística siempre que llenara sus menguadas arcas.

Pero de repente en el 2008 se dejaron de vender viviendas y llegó la “crisis”. Fue un fenómeno que cayó del cielo como si de un meteorito se tratara y que, de improviso, convirtió esos sueños de cemento y ladrillo en montañas de ruinas sin comprador. No fueron los bancos, ni los especuladores, ni los políticos corruptos ni el sector de la población que se acomodó al sistema, los culpables. Es decir, nadie tuvo ninguna responsabilidad. Esto es algo que hasta ha sido asumido por los mendigos, no es raro verlos en la calle con un cartel culpando de su situación a “la crisis”. Pero resulta que partiendo del hecho de que nadie es culpable se llega de inmediato a la conclusión contraria: todos somos culpables. Se acuña la expresión “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” que es asumida por gran parte de la población, por lo que no hay más remedio que “apretarse el cinturón”.

Este nuevo periodo ha traído consigo la incorporación de nuevos términos para desfigurar la realidad. En seguida se introduce una palabra que engloba todas las soluciones: se trata de hacer “reformas”. Y esas reformas implican introducir la necesaria “flexibilidad”. El mercado de trabajo adolecía de “rigidez”, por lo que no quedaba más remedio que “redimensionar” las plantillas para que los costes laborales no se “disparasen”. (Es decir que las empresas puedan despedir casi gratis a los empleados). Hace falta que “todos arrimemos el hombro” para “sacar adelante” el país aunque muchos de los que predican esta receta se dediquen a cazar paquidermos o suculentas comisiones. Pero curiosamente el país, convertido de repente en una marca, la “marca España”, tiene que socorrer a los atribulados bancos que están faltos de “liquidez” (cuando explotó la burbuja las inmobiliarias dejaron de pagar las deudas que habían contraído con los bancos) y hay que dotarles de fondos para “fortalecerlos”. El Estado, al rescatar a los bancos, se endeuda y para evitar que los acreedores internacionales nos “intervengan” por falta de pago no tiene más remedio que “adelgazar” el sector público. Se trata de “optimizar recursos” en partidas en las que resulta fácil “contener el gasto” como en educación y en sanidad. Esto se consigue haciendo los “oportunos recortes”, acabando con las “plantillas hinchadas” y “ajustando los salarios a la baja” algo necesario para que “la prima de riesgo no se desboque”. Algo que traducido al lenguaje vulgar significa que hay que privatizar, despedir a empleados públicos y bajar los sueldos para conseguir que nos sigan prestando dinero.

A pesar de estos nuevos hallazgos lingüísticos el lenguaje del progreso está lejos de abandonarse. Ya sabemos que en épocas de crisis y para evitar un “crecimiento negativo” es incluso más necesario seguir “apostando por el progreso”. Sigue resultando por tanto imprescindible el “desarrollo de las infraestructuras” para ser más “competitivos”. Y que mejor medida que apostar por un nuevo parque temático, el llamado Eurovegas, para convertir a la “marca España” en la sede europea de la ludopatía. Madrid y Barcelona se apuntan al juego en una obscena subasta empeñada en “desregular” lo máximo posible sus normativas para dar la bienvenida al nuevo mister Marshall de Las Vegas que promete de nuevo “dinamizar la economía” y crear “miles de puestos de trabajo” tanto “directos como indirectos”. Si como consecuencia de esto se crea una gran bolsa de economía sumergida en torno a los juegos de azar, no importa, siempre habrá una oportuna “regularización fiscal” para hacer “aflorar los recursos opacos”. No olvidemos que las crisis siempre suponen una oportunidad para los “emprendedores” con ganas de invertir en sectores de futuro como el de la ruleta (esperemos que no se trate de la ruleta rusa).

El pinchazo de la burbuja

Libros de ocasión y nuevos, con una sección de libros relacionados con Rusia y otra con libros en ruso y bilingües.
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